
Noviembre de 1991. Gioconda estaba terminando el último año de la escuela primaria.
Colegio católico, apostólico, bla, bla, bla.
Nunca tuvo problemas con las calificaciones. Todo lo contrario, le iba muy bien.
En diciembre se iba de viaje de egresados a Córdoba con sus amigos. Pero no sin antes asistir a la "Fiesta de fin de curso" donde le iban a entregar la medalla junto a sus compañeros, el diploma e iba a ser besada en ambas mejillas por la directora. La misma que años atrás debido a la extrema introversión de Gioconda le había dicho a su madre:
"¡Mire, señora! ¡Su hija necesita ir a la psicóloga! No niego que sea inteligente, pero es introvertida y no se relaciona con los demás. Su hija es del tipo de personas que tiene graves problemas cuando crece. Porque va a seguir siendo así toda su vida. ¿Y sabe lo que va a pasar? Cuando vaya a la secundaria va a seguir siendo igual o peor. Su hija se guarda todo. Cosas buenas y malas y no las exterioriza, y eso hace muy mal. Por algún lado va a salir todo eso. ¡No es normal. Una de dos: O le sale científica o entra con una arma al colegio y hace una masacre!"
Por supuesto que se equivocaba.
La persecución de la directora que me decía "Tenes que hablar más" cada vez que me veía, se termino ese día con el quilombo que hizo mi mamá. El cura se cagó ante la amenaza de mi mamá de sacarme del colegio (de cuota cara) y hacer un quilombo en la reunión de padres para contarles a todos (aunque ya lo sospechaban) la clase de directora que teníamos, e hizo que la misma nos pidiera disculpas. Fin del episodio.
Los dos último años de la primaria cambié mucho (porque yo quise) y hasta tenía amigos. Y lo mejor es que no maté a nadie.
Como decía, tenía que ir a la fiesta y había que ir "bien arregladita" como decía la vieja chota de la directora. Entonces como todas mis amigas cuando faltaba poco para que terminaran las clases fui con mi mamá a comprarme un vestido para lucir esa noche.
Tenia un pequeño problema. Bueno no, un problema grande... como mi trasero.
Sí, en ese entonces era bastante gordita. Después me "hice señorita" (como dice mi abuela. Como si antes hubiese sido un lemur) y cambié. Vino Andrés, adelgacé, crecí más, aparecieron las chicas de la delantera, y todo lo demás.
Pero antes de eso, era bastante rellenita, por decirlo de alguna manera. Y por supuesto no me gustaba mostrar mi cuerpo, entonces la mayor parte del tiempo usaba ropa deportiva, polleras largas, remeras largas, todo largo y con mangas. Nunca una musculosa ni remerita de mangas cortas. Bueno, lo que yo llamaba mangas cortas eran remeras que me llegaban casi hasta los codos y no quería usar nada más corto que eso.
Un viernes a la salida del colegio fui con mi mamá a un local en busca de un vestido.
Fui de muy mal humor como tantas otras veces. No porque no me gustara vestirme bien. De hecho me gustaba y tenía ropa linda, pero me la compraba mi mamá porque yo odiaba ir a probarme ropa. Odiaba los negocios, los probadores, las vidrieras mostrando maniquies raquíticos con ropa que en mi casa solo podían ponerse mis muñecas , la cara de la empleadas mirándome de arriba hacia abajo como a un bicho raro, etc.
Había pocas cosas que odiara más que ir a comprar ropa. Porque eso implicaba recorrer vaya una a saber cuantos locales y escuchar muchas veces las frases: "Para vos no hay talle", "Te tengo que dar el talle de una mujer grande", "Mmm, no, no hay". Eso cuando entraba a los negocios, porque varias veces ya desde la puerta me decían: "No querida, los talles que tenemos son chiquitos".
Esas frases son hirientes para una mujer grande. Imagínense para una nena de 12 años.
Pocas cosas me dolían más que eso, y varias veces volvía a casa llorando y sin haber comprado nada.
Mi mamá trataba de evitar eso a toda costa porque por supuesto no le gustaba que yo me pusiera mal y a veces directamente iba ella y me compraba talles grandes, para mujeres grandes y mandaba los vestidos a una modista para que los adaptara a mi cuerpo.
No digo que ser una persona obesa pero adulta sea fácil, pero ser obesa siendo una nena es más difícil aún porque tenes la contextura de una persona grande pero tu altura es la de una nena entonces es más difícil conseguir ropa que te quede bien.
Yo le había dicho a mi mamá que hiciera lo mismo esa vez, pero la modista se había ido de vacaciones. Así que tuve que ir a tratar de conseguir algo y probármelo yo sí o sí.
Ese día ya me había levantado de mal humor porque sabía que iba a tener que recorrer muchos locales y escuchar cosas feas. Pero cuando iba con mi mamá en el colectivo pensé: "Estoy podrida de que me digan esas cosas. Podrida de volver a casa llorando. Podrida de escuchar cosas feas y no poder decir nada. Podrida de que me agredan gratuitamente".
Sabía que esa vez no iba a volver a casa llena de bronca y angustia. Esa vez no.
Miré un par de vidrieras pero no entré a los locales porque directamente no me gustaba lo que había. Vestidos muy escotados y cortos. Justo para mí que no me gustaba mostrar nada.
Hasta que en una vidriera vi un vestido que zafaba pero era blanco y yo lo quería de color negro, porque obviamente no me iba a poner un vestido blanco para parecer una heladera o de color claro para parecer un globo de cumpleaños, como me había dicho un compañero el año anterior a quien yo como respuesta le tiré con un vaso y le sangré la nariz porque no se me ocurrió nada más agresivo.
Entramos al negocio con mi mamá y nos recibió un señor viejito y de anteojos que se parecía a Gepetto, el padre de Pinocho. Me vio y me sonrió.
Me pareció raro porque estaba acostumbrada a entrar a un local y que sin una mueca de simpatía me dijeran las frases que mencioné antes. Me preguntó que andaba buscando y mi mamá le dijo que necesitábamos un vestido así y así. Le dije que me gustaba el de la vidriera pero que quería saber si había de color negro y me dijo que de ese solo le quedaba el de la vidriera y uno rosa pastel, pero que si quería ver otros me mostraba.
Y lo mejor que me dijo fue que no me hiciera problema por el talle porque el era sastre y su esposa modista y que ellos los fabricaban. Así que si me gustaba alguno y quería modificarle algo ellos lo podían hacer.
Y agregó: "Acá vienen muchas nenas como vos, rellenitas, pero no te preocupes que te cuesta conseguir vestidos porque además sos bajita, pero ya vas a crecer y vas a cambiar, no es la muerte de nadie. Además como te dije, podemos arreglar el vestido como quieras".
Me cambió el humor porque no me trataba como a un bicho raro y sacó un montón de vestidos para que eligiera el modelo. Hasta que encontré otro que no era como el de la vidriera pero también era lindo y me dijo: "Este talle te va a quedar largo y el escote es grande y por tu cara veo que no te gusta pero no importa porque lo podemos cerrar. Lo demás te queda bien".
Mi mamá me miró y me dijo que me quedaba lindo.
Obvio, es mi mamá...
El viejito me dijo: "Bueno, entonces elegís este. Mi esposa no está pero voy a llamar a una empleada para que te tome las medidas, lo adaptamos a tu gusto y mañana a la mañana lo podes pasar a buscar". Me encantó escuchar eso. Me había sacado un peso enorme de encima (casi como el mío en ese entonces).
Llamó a una empleada que se llamaba Carina (nunca me voy a olvidar de ese nombre). Carina era una mina casi raquítica que medía como 1,80 m, morocha pero teñida de un rubio que le quedaba muy mal y unos rulos horribles muy despeinados. Tenía cara de gato barato (como mucho de $5) y miraba con sonrisa burlona. Llegó mascando chicle, no dijo ni "hola" y miró a Gepetto.
Este le dijo: "Mira, hay que tomarle las medidas a esta nena para que modifiquemos este vestido, ves? Le queda bien pero es muy largo para ella, y además le vamos a cerrar un poco el escote. ¿Le podes tomas las medidas, por favor?"
Le dijo: "Ok". Se acercó y me empezó a tomar las medidas. Mi mamá, como le cuesta cerrar la boca, le comentó: "Hace más de una hora que estamos buscando vestido. Es que es difícil encontrar para ella". La miré con cara de orto, obvio. ¿Qué tenía que andar contando nuestras peripecias para conseguir ropa para mí?.
La mina la miró y le dijo: "Y sí, debe ser difícil. Está medio deforme".
Mi mamá estaban tan sorprendida como yo, y dijo: "¿Cómo?".
Yo no podía creer lo que había escuchado. Automáticamente le dije: "¡¡¿Qué?!!".
Y como si nada, mirándome con una expresión que yo ya había conocido en otras vendedoras me dijo: "Y... estas gorda. Es difícil conseguir ropa con ese cuerpo".
Yo ya sabía que estaba gorda, pero no hacía falta que me mirara con esa cara y me repitiera algo que era obvio.
La empujé, me metí en el probador, me saqué el vestido lo más rápido que pude mientras escuchaba a mi mamá que fuera del probador le decía a la empleada que era una bruta y que llamara al dueño.
Salí del probador y esperé a la empleada con el vestido en la mano. Cuando llegó le dije: "¡¡Tomá, metételo en orto, hija de re mil puta!!", se lo tiré en la cara y empecé a caminar hacia la puerta.
Mi mamá me seguía diciéndome: "Vení Gioconda, hablemos con el señor". Me alcanzó, me agarró del brazo y me dijo: "Tranquilizate, hablemos con el señor". Al mismo tiempo que escuchaba a mi mamá sentía unos murmullos, como si Gepetto retara a la empleada y le decía que me pidiera disculpas. Hasta que en un momento escuché que le gritó que se fuera.
Mi mamá me llevó casi arrastrándome hasta donde estaba el dueño y le repitió lo que me había la hija de puta de la empleada.
Una clienta que estaba en el negocio miraba todo anonadada y decía : "¡Qué barbaridad! Decirle eso a una nena...".
El tipo no sabía como pedirnos disculpas. Le dijo a mi mamá que tenía toda la razón del mundo, que la empleada era una mal educada y que nos pedía disculpas a las dos en nombre de ella, que ya estaba más lejos porque el dueño le había gritado: "¡Andá para adentro!".
Después de un rato y después de que yo le gritara unas 20 veces que me quería ir a la mierda de ese local, mi mamá me convenció de que me quedara ya que había conseguido un vestido que me gustaba. Yo estaba enojada pero sabía que era poco probable que consiguiera otro, así que me quedé. Gepetto me tomó el largo del vestido que era lo único que faltaba y me dijo que fuese al otro día a buscar el vestido y nos pidió disculpas unas 300 veces más.
Me fui a casa, ya más calmada porque había insultado a alguien. No como otras veces que me iba de los locales llorando aunque no me hubiesen dicho nada tan fuerte.
Al otro día fui con mi mamá a buscar el vestido y estaban Gepetto y su esposa. Nos presentó y la señora nos pidió disculpas por lo que había pasado el día anterior y me dijo que esa empleada ya no trabajaba más ahí.
Me dio el vestido que ya estaba modificado, me lo probé y me gustó como me quedó.
Me pidió disculpas de nuevo y me dijo: "Por el mal momento que pasaron ayer les voy a hacer un descuento del 30%". Mi mamá le dijo que no hacía falta y que con las disculpas estaba bien pero la señora insistió. Y además nos dio un tarjeta que decía que teníamos el 15% de descuento por un año en todo lo que quisiéramos comprar para mí.
Era obvio que lo hicieron porque mi mamá el día anterior en un estado de calentura le había dicho a Gepetto que iba a hacer una denuncia.
Le dimos las gracias y nos fuimos del local. Nunca más volvimos a ese negocio. Apenas salí rompí la tarjeta y a tiré. Ya había conseguido el vestido que quería y esa perra se había quedado sin trabajo. No podía pedir más.
Así que quedó solo como una anécdota, porque después crecí y adelgacé y me empecé a comprar ropa en locales comunes como cualquier persona. No más talles especiales, no más vendedoras que me miraban mal y nos más pelotudas que me dijeran cosas hirientes.
Y lo más importantes es que desde esa vez nunca más me fui llorando de ningún local.